El arte de comunicar

Soy Guillermo Guerrero, profesional de la comunicación corporativa en formación. Ayudo a marcas e instituciones a construir reputación, comunicar con coherencia y conectar con sus públicos con mensajes claros, estratégicos y medibles.

Artículos atrevidos y reveladores

En España, la desinformación en redes sociales no suele presentarse como una mentira burda, fácil de descartar, sino como algo más incómodo: piezas sueltas que parecen verosímiles, mensajes con apariencia de “aviso ciudadano”, capturas sin contexto, vídeos recortados y, muy especialmente, cadenas que se reenvían con rapidez en entornos de confianza. En ese terreno, el problema no es solo lo que se afirma, sino el modo en que circula y el tipo de reacción que busca provocar.
El ecosistema digital premia lo que retiene atención y dispara emoción. Eso favorece contenidos que simplifican, polarizan o indignan, porque son los que más se comparten. Y cuando la conversación se organiza en torno a impulsos, el desmentido llega tarde o llega a quienes ya estaban predispuestos a desconfiar. Con frecuencia, el objetivo no es convencer a todo el mundo, sino erosionar la seguridad de la audiencia hasta que parezca razonable concluir que “nadie dice la verdad” y que cada cual puede quedarse con el relato que le encaja.
En el caso español, hay un rasgo que vuelve el fenómeno especialmente eficaz: la mezcla entre redes abiertas y canales cerrados. Cuando un bulo llega por un grupo privado, se recibe con un filtro distinto, porque lo envía alguien conocido. Y ahí la verificación compite no contra un dato, sino contra la confianza interpersonal. Por eso vemos que los formatos que mejor funcionan no siempre son “noticias” como tal, sino audios, capturas y mensajes cortos que suenan a certeza inmediata.

Desinformación al descubierto

Cuando se habla de desinformación se piensa en falsedades completas. Sin embargo, gran parte de lo que circula hoy se apoya en medias verdades, datos correctos mal encuadrados, comparaciones tramposas o selecciones interesadas. A veces el contenido no miente; simplemente conduce al receptor hacia una conclusión concreta mediante omisiones o exageraciones.
Por eso el combate contra la desinformación no puede limitarse a desmentir. También exige enseñar a leer.
Comprender qué es una fuente primaria, distinguir testimonio de evidencia, detectar causalidades inventadas, desconfiar de titulares que buscan reacción inmediata. Y aquí hay un punto incómodo: el propio ecosistema informativo puede favorecer el terreno del bulo cuando recurre a fórmulas parecidas, aunque sea con objetivos distintos.

El desafío es competir por atención sin caer en atajos. Si el periodismo se parece demasiado a aquello que intenta corregir, pierde autoridad. La credibilidad no se reconstruye con proclamaciones; se reconstruye con consistencia, transparencia y trabajo paciente.

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